La evolución de las sociedades humanas es un largo proceso que ocupó millones de años. En distintos lugares de la tierra los grupos de cazadores recolectores debieron conocer el ambiente en el cual vivían para poder adaptarse a los recursos de la naturaleza y así sobrevivir.
Por lo tanto pasaron miles de años probando e inventando
estrategias de supervivencia. En una primera etapa que denominamos Era Paleolítica,
los grupos eran cazadores, recolectores y pescadores, es decir que su
subsistencia dependía de los animales que podían cazar o pescar y de los
vegetales que podían recoger.
Los hombres del Paleolítico no sabían cómo conservar los
alimentos, por lo tanto, cada día debían proveerse de su comida. Como no sabían
como producir alimentos, tomaban aquello que la naturaleza les ofrecía y por
eso se los llama “depredadores”. Consumían lo que encontraban, y cuando
los recursos se les terminaban debían trasladarse a otro lugar, por lo general
siguiendo el trayecto de las manadas. Buscaban refugio generalmente en las
cuevas y se ausentaban allí durante un tiempo hasta que los recursos volvían a
terminarse, generalmente cuando finalizaba cada estación del año, y entonces se
desplazaban nuevamente a otro lugar. Eran, por lo tanto, “nómadas”.
Vivían en grupos que compartían las actividades cotidianas, y se
repartían las actividades cotidianas, y se repartían las tareas de caza, de
recolección y de elaboración de utensilios. Reconocían al mejor cazador como
jefe. Esta forma de organización se llama “horda”.
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Lo más probable es que los primeros utensilios que el hombre
fabricó hayan servido para realizar diferentes tareas. Las mejores lascas (trozos
pequeños que se extraen de una piedra) servían indistintamente como navaja,
sierra, cuchillo o raspador. El hombre primitivo tuvo que aprender por
experiencia que algunas piedras eran más adecuadas que otras para la
fabricación de determinados instrumentos. Además, tuvo que practicar diversas
técnicas hasta encontrar el modo de tallarlas correctamente. Aquellos hombres
transmitieron de generación en generación la información de cuáles eran las
piedras mejores, en dónde se las podía hallar y cómo debían ser manipuladas.
Así crearon una tradición científica.
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